El 22 de agosto fue el ‘Día de la Sobrecapacidad de la Tierra’ en 2020. En esa fecha, la humanidad ya había consumido todos los recursos naturales que el planeta es capaz de regenerar en un año. Esto supone que, para cubrir la totalidad del ejercicio, usaremos recursos para los que se necesitarían 1,7 planetas, lo que profundizará el déficit medioambiental y los impactos negativos sobre nuestro entorno. Esta situación se repite año tras año y, lo peor, es que las perspectivas no son halagüeñas: si se cumple la previsión de alcanzar 9.700 millones de habitantes en la Tierra en 2050 y mantenemos los modelos de producción y consumo, cada año necesitaremos el equivalente a los recursos naturales generados por tres planetas.
Ese consumo y agotamiento insostenible de recursos, la constante y progresiva pérdida de biodiversidad, la contaminación -y sus efectos sobre la salud de las personas- y la constatación científica de la aceleración del cambio climático no dejan lugar a dudas: la evolución desde el actual modelo económico lineal -extraer, producir, usar y tirar- a un modelo en circular -inspirado en los ciclos de la naturaleza y que tiene como objetivo la máxima eficacia en el uso de recursos, energía y productos, productos, incrementando la sostenibilidad y competitividad de las empresas y la economía en general– no solo es necesario, sino urgente.
A pesar de la creciente concienciación y esfuerzos de sector público y privado, solo un 17% del total de la energía que utilizamos procede actualmente de fuentes renovables; el consumo de materiales se ha duplicado desde el año 2000 -multiplicándose por tres en las últimas cinco décadas-, hasta superar los 100.000 millones de toneladas anuales -cantidad que volverá a duplicarse de aquí a 2060-, y la generación de residuos y las emisiones de CO2 a la atmósfera siguen marcando máximos históricos, año tras año.
La humanidad dispone, actualmente, del conocimiento, la tecnología y un marco global que permite afrontar con éxito ese cambio desde un modelo basado en el crecimiento ilimitado de la producción, el consumo y el beneficio económico -insostenible en un mundo con recursos finitos- a un desarrollo sostenible -entendido como aquel que permite satisfacer las necesidades humanas en el tiempo presente, sin comprometer la satisfacción de necesidades futuras-.
Somos capaces de innovar en materiales -menos contaminantes, más sostenibles y sustitutivos de materias primas naturales-; de repensar procesos y rediseñar productos y servicios, buscando la máxima eficiencia; de obtener energía de fuentes renovables con costes asequibles, rompiendo la dependencia de los combustibles fósiles; de reducir la generación de residuos -impulsando la reutilización, reparación, recuperación, reciclaje y reintroducción en el sistema de producción-; de prolongar la vida útil de materiales y productos -rompiendo definitivamente con la obsolescencia programada-; de diseñar sistemas de trazabilidad y logísticos que garanticen las mejores prácticas en el conjunto de la cadena de producción y distribución; de reducir los niveles de consumo -gracias a la creciente concienciación de los ciudadanos y a las nuevas fórmulas, como el uso compartido-; de primar los productos más responsables y sostenibles en nuestras decisiones de compra,…
Con la vista puesta en 2030, entramos en la que se ha denominado la Década de la Acción. Sostenibilidad, compromiso y corresponsabilidad son los pilares del gran proyecto global, la Agenda 2030. Este acuerdo multinacional, que implica a todos los agentes económicos y sociales, sienta las bases de la evolución a un nuevo modelo. Supone un gran salto cualitativo frente a los anteriores -y muy numerosos- compromisos y acuerdos multinacionales: no se limita solo a definir unos ambiciosos objetivos comunes (los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS), sino que establece una hoja de ruta para alcanzarlos, con indicadores, herramientas y metas compartidas concretas.
La economía en circular se concibe como una herramienta transversal para alcanzar esos objetivos, dado que estamos hablando de un cambio sistémico, con visión a largo plazo. Si bien está directamente vinculada al ODS 12 (Producción y consumo responsable), impacta en la mayoría de Objetivos (tanto los centrados en el medio ambiente como en la salud de las personas y el desarrollo de las ciudades).
Implantar con éxito un sistema circular exige la implicación de gobiernos, empresas y ciudadanos, porque se trata no solo de una transformación a nivel económico, organizativo o tecnológico, sino, sobre todo, social y cultural. Implica una evolución en las formas de producir y de consumir, pero, también, y debido a ello, en las formas de vivir, de relacionarnos, y los niveles de bienestar y de calidad de vida.
Ya en 2015, el entonces presidente de Estados Unidos fue muy claro: “Somos la primera generación que siente las consecuencias del cambio climático y la última que tiene la oportunidad de hacer algo para detenerlo”.
Es responsabilidad de cada persona asumir su rol y actuar como agente transformador del modelo económico y social, en las diferentes situaciones y elecciones que encontramos en nuestra vida personal y profesional. Solo así, lograremos un mundo sostenible y justo para todos.